La memoria del pan

Historias, gentes, recetas: pan.

Después de 4 años de cotidiano relato de lo comido, en el blog ¿Te quedas a cenar?, y de lanzar la aventura de El foro del pan el mes pasado, llega el momento de abrir un espacio dedicado en exclusiva al pan; un rincón donde quepa la gente que lo cuida y lo ama, recetas y curiosidades sobre su elaboración e ingredientes, así como vivencias relativas al pan en toda su extensión.

He comenzado por llenar un poco los archivos con entradas panarras de ¿Te quedas a cenar?, algún texto interesante y fotos llenas de pan, espero que esta nueva casa luzca un poco bonita desde el primer día.

Bienvenidos.

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Haba, rey, recuerdos y especias

(Publicado en el especial «Ideas de navidad» del periódico La Vanguardia, 14.12.2009)

Las Navidades son un delicado engranaje de recuerdos, engarzados detalle a detalle, y el pan no es una excepción. No es casualidad que, allá donde es un alimento cotidiano, haya elaboraciones especiales que, tampoco es casualidad, están ligadas en nuestra memoria a momentos únicos. La capacidad evocadora del gusto, y su memoria, se nutre en estos casos de toda una artillería de especias, texturas y aromas preciosos.

Hoy en día es fácil olvidar el valor de estos panes festivos. A diario nos rodean los más exquisitos manjares, alimentos exclusivos que muchas veces podemos comprar independientemente de la época del año o el lugar donde vivamos. Por eso reconforta que haya recetas que esperan a ocasiones especiales. Una manera sencilla de apearse del torbellino que nos proponen la publicidad y los supermercados es elaborar alguno de estos panes festivos en casa. ¿Por qué no lanzarse? Estamos acostumbrados a disfrutar del olor del pan, pero hay otros placeres que sólo conocen los panaderos. Es fácil, puede empezar por hacer una infusión de azafrán en leche o majar unas especias en el mortero: deje que su instinto le guíe.

Una de las experiencias panaderas más placenteras es hacer, por ejemplo, un Stollen. La receta de este pan dulce alemán lleno de mantequilla y frutas confitadas viene directa del medievo y te premia con unas sensaciones que da vértigo hasta nombrar: cardamomo, cilantro, clavo, matalahúva, nuez moscada, macis, pimienta de Jamaica, canela, anís estrellado. Si las especias son buenas y se elabora con cariño, el resultado nada tiene que ver con los dulces llenos de aromas artificiales que se encuentran por estas fechas. No obstante, es un placer que hay que cultivar con paciencia ya que, una vez horneado, tiene que madurar días, si no semanas, antes de ser consumido.

Al preparar panettone suceden también cosas maravillosas. Hay un momento especial, único: cuando incorporas la mantequilla a la masa elaborada con fermento natural, leche y huevos. El aroma y la textura de esa masa son un placer tan grande como el comer y compartir posteriormente el dulce. Estas texturas y sensaciones de hoy serán, sin duda, los recuerdos de mañana; un buen motivo para juntar a toda la familia en la cocina y compartirlos.
El tradicional roscón de reyes es un pan gratificante para el panadero casero; una masa suave y sedosa, enriquecida con leche, mantequilla y agua de azahar. El delicado perfume hace que sea un momento para recordar; y de eso se trata. Llevo semanas preguntando a amigos y conocidos sobre sus recuerdos en torno al roscón. De manera casi unánime mi pregunta desencadena una avalancha de anécdotas, se van desenrollando como un hilo, despacio al principio y como un torrente después (haga la prueba). El recuerdo del pobre bollo apachurrado por las prisas y la curiosidad de saber dónde se esconde la sorpresa; el recuerdo de las personas con las que compartíamos las Navidades de la infancia: casi se pueden recordar los roscones como quien pasa las hojas del libro de la memoria.

La manera especial que tiene el pan de relacionarnos con nuestros ancestros es algo universal. En Ucrania, por ejemplo, preside la mesa navideña el kalaj, una trenza de pan con leche y huevo (prima de la jalá judía), muchas veces con forma de corona, no muy distinta del familiar roscón. Durante la cena se hace con este pan y unas velas un centro de mesa a modo de pequeño altar en recuerdo de los que ya no están.

Desde los lussekater suecos, unos bollitos de azafrán que se toman por Santa Lucía, al black bun escocés, una empanada rellena de pasas y frutas para año nuevo, las tradiciones panaderas de todo el mundo hablan del amor y el respeto por los ingredientes exclusivos y las formas simbólicas.

Cualquiera que sea su elección estas Navidades, tanto si se toma el tiempo y honra a la milenaria tradición de hacer pan en casa para los suyos, como si compra un pan festivo artesano, piense por un momento en esos ingredientes extraordinarios; saboree un poco de historia.

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Llonguet

(Publicado en ¿Te quedas a cenar? en octubre de 2009)

Después de la memorable noche en el Forn Casanovas del Poble Nou con Agustín, el panadero, he aquí un pequeño homenaje al llonguet a modo de breve estudio anatómico.

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El llonguet es un panecillo regordete, abultado, que quiere salirse de sí mismo, pariente del pain fendu francés, pero con una elaboración diferente. Si el pain fendu se elabora con una profunda hendidura (como dice el nombre, vaya) y posterior plegado de los lados, el llonguet es fruto de un pliegue y enrollado cuidadoso. La corteza es crujiente, aunque permite un bocado fácil, imagino que de ahí su popularidad para el bocadillo del almuerzo y la merienda.

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La parte inferior es casi tan característica como su icónica greña longitudinal. La base del llonguet tiene una preciosa hendidura central con forma de huso. Si todo el llonguet es extremadamente ligero y suave al tacto, este canalillo inferior es casi terciopelo de harina; una leve presión con el dedo vence esta capa de corteza clara y delicada, como si fuera un bizcocho de soletilla.

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Desde el día que lo vi en el escaparate del Forn Casanovas, lo que más me llamó la atención fue esa corteza con líneas que imitan los anillos de la madera o los estratos del suelo. Al enrollar el llonguet, las capas de masa van componiendo este increíble motivo.

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Y, por fin, la textura del llonguet. Es un panecillo ligerísimo. Sorprende desde el momento que lo sostienes en la mano; parece que fuera a estar hueco, y es que la miga es tan suave y ligera.

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Al cortarlo, se puede ver claramente cómo está elaborado el pan y cómo ha crecido con el calor del horno y el contacto con la solera de piedra. En la imagen se aprecian las características más típicas del llonguet: la gran cantidad de corteza en relación a la miga; lo aireado y ligero de la miga; y el peculiar enrollado que crea la abertura central.

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A la búsqueda del Llonguet – Una noche en el Forn Casanovas

(Publicado en ¿Te quedas a cenar? en octubre de 2009)

Barcelona es un sitio de pan; lo había descubierto mucho antes de dar cursos. Recuerdo que trabajé una temporada en Sabadell. Allí tenía una compañera, Judit, que se levantaba de la silla cada mañana a las 11:30 a comer el bocadillo del almuerzo. No necesitabas reloj para saber qué hora era: cuando ella se levantaba, eran las 11:30. Siempre me ha sorprendido esta pasión por el entrepà, desconocida (o perdida, tal vez) en Bilbao. Cuando empecé a dar cursos, aprendí muchísimo de las tradiciones de aquí, de sus panes y de sus gentes. Uno de los panes que se nombra con frecuencia es el llonguet. Curiosamente, nunca es la gente joven la que lo nombra, siempre es la gente de un par de generaciones atrás; parece que en el recuerdo de muchos catalanes está el llonguet de los bocadillos de su infancia.

Yo nunca había oído ese nombre ni visto un llonguet hasta que un día, volviendo de comprar fruta, me topé con él en la panadería de debajo de casa, el Forn Casanovas, en la calle Castanys, al lado del mercado del Poble Nou. Ahí estaba: pequeño, regordete y con una greña que se abría con gran belleza. Durante unos meses he mirado el escaparate de la panadería con admiración, incluso los he comprado, para abrirlos, como quien observa con curiosidad el funcionamiento de la maquinaria de un reloj.

Por lo que he podido ver y oír, el llonguet está de capa caída, ya no es tan fácil encontrarlo en cualquier panadería, y la gente joven muchas veces ni lo conoce ni lo come. No sería raro que, con el tiempo, fuera otro de esos panes que acabe por desaparecer. Después de un tiempo de pensarlo, me he propuesto hacer un pequeño homenaje al llonguet (como hice en su día con cosas bilbaínas como el bollo de mantequilla o la Carolina). El otro día hablé con el panadero, Agustín, y le pregunté por el llonguet. Él me invitó a pasar una noche en la panadería a su lado, viendo cómo elabora los llonguets y el resto de panes.

El Forn Casanovas es un lugar increíble. Por fuera parece un pequeño despacho de pan sin más, en una pequeña calle, con un pequeño mostrador; pero en cuanto entras al obrador todo cambia, es como trasladarte a otro tiempo. La panadería ha ido pasando de generación en generación. El abuelo de Marta, la propietaria actual, la compró a un panadero, así que es un lugar centenario. Agustín trabaja solo aquí cada noche; cuando ya han cerrado hasta los bares, empieza su labor de artesano. Lo más sorprendente es que su modo de hacer pan también es el de antes. Al entrar en la gran sala del obrador sorprenden los grandes armarios con ruedas e inmensos cajones donde fermenta la masa (no hay cámara de fermentación ni maquinaria sofisticada alguna, aparte de una máquina para dividir la masa). La primera amasadora que usa es «La frigeriana» de Talleres Petit, ni sabe calcular los años que tiene, me contó que hasta se la quisieron comprar para un museo. Es una maquina bella, en vez de una espiral tiene una especie de horquilla, como si fueran los cuernos de una extraña res. En la parte inferior de la gran cubeta para más de 100 kilos se pueden ver los dientes que usan los engranajes para hacer girar todo el mecanismo.

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Agustín pertenece a una casta de panaderos que está desapareciendo: la de los artesanos de antaño. Empezó con 14 años de aprendiz y, con más de 50, conoce su oficio al dedillo. Uno se podría pasar no una, sino cien noches escuchándole, observando y aprendiendo. Me cuenta que, en su día, el obrador tenía 6 panaderos, y de hecho existe un segundo horno abandonado en el sótano.

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Cuando llegó de Sevilla siendo niño, aprendió el oficio y los panes de aquí; cuenta orgulloso como su pa de pagés tiene una textura excepcional. Llegado el momento, se entretiene en explicarme la manera tradicional de enrollar la masa de llonguet, en espiral doble; y las nuevas maneras, con un pliegue sencillo (como de hojaldre) y enrollando cuidadosamente la masa en un apretado cilindro. El resultado es ese panecillo que se abrirá en el horno de manera espectacular. El llonguet es el primer pan que entra al horno, cuando éste está más caliente y seco: así consigue un pan ligerísimo, con una corteza mate de un precioso color y unas líneas como «aguas» que me siguen sorprendiedo igual que la primera vez que los vi.

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Así nos pasamos la noche, conversando; de vez en cuando me cuenta de los panes de Córdoba o Sevilla, de sus recuerdos de niñez. Como panadero le gusta crear especialidades, ahora mismo está haciendo un pan plano que fermenta 3 veces, el pan va cogiendo sabor y, por lo que me dice, gusta mucho. Lo veo desgasar este pan y volverlo a poner en su bandeja, dentro de otro armario de madera. También me enseña la forma tradicional de plegar un bollito de Viena. Toma la esquina de un trocito de masa aplastada, y lo va remetiendo con rapidez, mientras lo gira con la otra mano. Me dijo que, antes de que se usar el marcador metálico de Vienas, a los panaderos les daban 20 céntimos por bollito. El marcador, siendo un objeto de una belleza especial, simplemente aprieta la masa, pero que no le otorga la textura del plegado.

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Ver trabajar a Agustín es más que entretenido; es como una hormiga, no para un solo momento. Entre masa y masa, baja al lugar donde está el horno para comprobar la temperatura, ajustar la humedad, etc. Por fin, una vez que ha acabado de preparar las masas, llega el turno del horno.

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El horno del Forn Casanovas es espectacular. Es un Sebastiá con solera rotatoria, una especie de inmensa rueda de molino de más de 3 metros de diámetro que se mueve al accionar un volante de acero. Para meter y sacar los panes se usan unas palas con una pértiga de más de 2 metros y medio. Manejar un horno así no es fácil, hay que girar la solera cada vez que metes el pan, y hacerlo de una manera que sea lógica y que haga posible la cocción homogénea de la hornada y su fácil extracción posterior. Nunca mejor dicho, es un asunto que tiene mucha miga.

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El momento del horno es de una actividad que roza el frenesí; no sé ni cuantos cientos de barras pude contar. Las barras, los medios, los cuartos, las integrales, las sin sal, los redondos, etc. Según va marcando el pan, me cuenta las diferentes maneras de hacerlo. Por ejemplo, en el Forn Casanovas él suele hacer las barras con una greña corta, pequeña, que es más suave para la dentadura de los clientes (y, claro, les gusta más); en algunos panes hace un marcado que siempre me ha parecido elegantísimo. Marca el pan y después lo deja fermentar, con lo que al hornearse no se rompe, sino que crea unas ondulaciones muy características.

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El pa de pagès tiene una forma especial; al formarlo se bolea suavecito, con un movimiento que requiere de una pericia especial, sin apretarlo demasiado, pero dejándolo lo suficientemente tenso como para que se abra sin perder la forma circular. Agustín lo hace con una sola mano, en un par de rápidos gestos. En el horno se cuede «boca arriba», al contrario de la mayoría de los panes, entonces es cuando se abre creando esa corteza tan espectacular

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Sin darme cuenta han llegado las 6 de la mañana. Es más, Agustín me dice riendo que, debido a la charla, ha acabado algo más tarde de lo habitual, e incluso que algún pan (como los llonguets, precisamente) ha salido un pelín sobrefermentado.

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Según amanece, una vez recogido y colocado el pan en las estanterías, se apaga la luz del horno. Sin ninguna ayuda, el horno mantendrá los 200º hasta la próxima hornada.

Ya en casa, de día, antes de acostarme, me invade una sensación extraña. Por un lado, la plenitud por el privilegio de haber estado en compañía de un artesano como los de antaño; por el otro, la inquietud de ser testigo de unos gestos y unas maneras de hacer que desaparecerán cuando Agustín se tome una merecida jubilación dentro de unos años.

PD: Acompañando a esta entrada, he hecho un pequeño homenaje al llonguet, aquí.

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Diario de un aprendiz de panadero: el final

Llegó el momento de marchar. Es hora de ir recogiendo los recuerdos, los ratos pasados en este lugar; limpiarlo bien todo, apagar los hornos, y salir sin hacer mucho ruido. Como cada amanecer, cuando la noche acaba y dejo el obrador con las primeras luces, pedaleando hacia el Este.

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La noche en un obrador tiene algo, tal vez me lo parezca porque, además, soy una persona nocturna; pero hay una camaradería especial, que no entiende de idiomas, y sí de gestos, de cafés y de masas.

DAPCafes

Así que estoy seguro de que este mes será como un souvenir que nous allons chérir toute notre vie. Como recuerdo físico, me llevo tan sólo una lata de canela vacía.

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Es holandesa y, curiosamente, se llama Polak (y tiene los colores de Polonia). Será la mejor caja de galletas. Me gusta llevarme algún objeto de los sitios donde vivo: mi taza preferida de Amsterdam, mis alforjas de Hamburgo, multitud de pequeños objetos de los años en Londres.

Ya está.

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La misma sensación que se ha repetido cada mañana: dejar el trabajo atrás y salir a una ciudad tranquila, a un mundo casi por hacer. La semana que viene, vuelta a Barcelona, a preparar los cursos para este otoño y, más allá, pensar cuál será el siguiente destino.

La última canción de este diario es mi canción polaca favorita: «My» (Nosotros), del grupo Myslovitz. Habla de nosotros.

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Diario de un aprendiz de panadero: turno de día

Esta semana me paso por el turno de día, es algo que me apetecía mucho conocer antes de volver. Poder ver lo que hace esa gente de la que, por la noche, tan sólo vemos las huellas. Y la verdad es que aún estoy impresionado: es un paraíso de perdición y mantequilla. Las neveras están llenas de lingotes planos de 1 kg de mantequilla Lescure de Charentes, y de masas de hojaldre en diversos estados de preparación.

DAPNeveraLescure
Las masas hojaldradas (la mantequilla, en una palabra) son las grandes protagonistas. Desde el hojaldre hasta los croissants y las napolitanas, las caracolas, etc. Hacemos un hojaldre de seis vueltas que se tarda tres días en elaborar, alucinante. Capas y capas de mantequilla francesa embutidas en masa.

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Tocar la masa de croissant es simplemente increíble. Cuando estiras los triángulos de masa para formar los croissants o las napolitanas es como tocar el más fino terciopelo, suave, frío, casi helado…y se te quedan las manos con un aroma a mantequilla limpia. Da gusto enrollarlos cuando la masa aún tiene buena consistencia; al de unos minutos coge temperatura y es una lata.

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Para el relleno de las napolitanas (aquí también les dicen «pain au chocolat») usamos exclusivamente chocolate belga fundido, sin mantequilla ni nada.

En el turno de día mi mentor es Mariusz, lleva ya bastantes años en esto y tiene una gran destreza, ya sea con el hojaldre, el pan o los pasteles. Me ha enseñado a manejar la máquina de rodillos para hojaldre; es como estar al timón de un velero. Giras la rueda y cambias el grosor del hojaldre; según gira la cinta transportadora, pasa la masa y vas reduciendo el grosor al hacer los pliegues, hasta que queda una fina capa de cerca de 2 metros de largo. Yo he hecho hojaldre y croissants en casa, hace años, con rodillo y mármol, pero estar aquí haciendo hojaldre es un sueño hecho realidad.

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Otros objetos mantequillosos y de perdición que elaboramos son los brioches. Hacemos un brioche sin concesiones: mitad de mantequilla por peso de harina y huevos como único líquido. Los elaboramos en molde grande, también como pequeños brioche à tete (formándolos previamente como Barbapapa) y como briochitos planos para los bocadillos de la noche, (los aplanamos como pitas).

DAPBriocheAteteDAPBriochitosPatties
Pero en el turno de día también trabajan las chicas de los dulces, no paran de elaborar una variedad sorprendente de cosas ricas: merengues que luego se terminan con puré de maracuyá, como si fueran carolinas tropicales (qué peste se me ha quedado en las manos después de pelar varios kilos), macarons, piruletas de frambuesa, brittle de chocolate o sésamo, grisines de parmesano y romero, etc. Además, siempre cae alguna que otra cosilla de las que preparan en los restaurantes.

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Por fin he podido ver cómo se elaboran cosas que ya conocía del turno de noche, como las tartas cuadradas de fruta (con base de dos capas, de crumble y  crema de almendra), y también las tartas saladas. Hoy había una muy española de jamón serrano (sorprendentemente bueno) y guisantes; y otra de brécol, gorgonzola y cebolleta.

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Lo más chocante es que, habiendo vivido el último mes con horarios de vampiro, el turno de día para mí es en realidad un turno de noche, así que venzo al sueño gracias a la emoción del hojaldre y a que tomo más café que durante mis noches de pan. Mañana vuelvo al turno de noche, con mis compañeros de siempre.

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Diario de un aprendiz de panadero: I like things

Esta es mi última semana aquí. Las noches van pasando cada vez más rápido, como si hubieran cogido inercia, y los ritmos del obrador se suceden a velocidad acelerada. Por otro lado, dos de las tiendas han estado cerradas estos días por el carnaval de Notting Hill, así que la cantidad de pan a elaborar es menor. Normalmente tenemos una tabla de cantidades para cada día de la semana, están protegidas por fundas plásticas, y es normal que se manchen y se mojen con las harinas y demás (sobre todo la malta es una mancha muy persistente y pegajosa). No obstante, estos días hemos tenido que usar unas hojas extraordinarias, y trabajar masas mucho más pequeñas.

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Parecerá curioso pero, al cambiar las cantidades de ingredientes a las que estás acostumbrado, se producen cambios que van más allá del mero tamaño; hay que reajustar tiempos, humedad, volver a aprender las texturas, observar con una nueva atención como evoluciona cada masa; este es el auténtico trabajo del panadero. El panadero elabora («hace») al igual que otros oficios que trabajan con comida, pero creo que, sobre todo, el panadero observa, toca, huele, escucha; hay una continua e inmensa interacción entre masa y panadero; continuos ajustes y un proceso de aprendizaje infinito. La humedad, los días calurosos (o fríos), las diferencias en la misma harina (según las partidas), las diferencias en calidad de las diferentes levaduras (y de la misma levadura con el paso de los días); todo influye y entra en la ecuación que el panadero maneja con el fin de obtener un producto homogéneo día tras día.

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Estos días Andy y yo nos miramos mucho; es la manera más rápida de comunicación para saber qué está pasando. Tocamos la masa, nos miramos; la tocamos otra vez y, sin mediar palabra, ya sabemos lo que hacer (casi siempre coincidimos); si sacarla de la amasadora, si corregir la harina o el agua, si darle un poco más de tiempo. Me gusta.

Por otro lado, con el paso de las semanas, también he encontrado mi puesto en el engranaje humano del obrador. Acabas por conocer los gustos y las manías del equipo; y empiezan a conocer tus gustos y tus manías. Creo que Grzegorz me vio un día muy interesado en el bol con la mezcla de los muffin de plátano, mango y fruta de la pasión; así que, cuando termina, suele dejarlo (como quien no quiere la cosa) cerca de mí, por si me apetece meter un dedo furtivo en esa sustancia dulce y celestial (sabe nítidamente a las tres frutas a la vez).

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Creo que, en realidad, todos saben mi debilidad por tocar y oler cada masa, por la pasta para los sándwiches de pollo y pesto, con tomates cherry asados (ha resultado ser mi favorita), o por las peras ligeramente cocidas con un poco de limón, anís estrellado y canela (después las ponen en las tartaletas con crema de almendra; cosa fina).

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Me siento cómodo aquí; todo ha cobrado un sentido, y el orden de las cosas parece lógico: los panaderos trabajamos sobre madera, los pasteleros sobre una especie de granito frío, y todo lo demás se elabora sobre acero. Es simple.

DAPMETMaderaDAPMETGranitoDAPMETAcero

I like things.

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