El pan de centeno de Anders

(Recupero unas cuantas entradas panarras de ¿Te quedas a cenar? que se me había pasado colgar aquí. Esta la publiqué el 9 de marzo de 2011)

Bueno, realmente no sé si es de Anders o de la granja Ramsjö gård, ya que este pan es el lugar de donde proviene. Hecho con el cereal y el agua de esta tierra.

En la granja, Anders cultiva cereales de manera ecológica: trigo, centeno, cebada, avena, además de verduras y hortalizas, especialmente variedades tradicionales (seres únicos que han resistido el paso del tiempo, aportando la sabiduría de todas las generaciones precedentes, y la capacidad de adaptarse a cualquier condición y dar lo mejor de sí). En esta granja que ha pertenecido durante generaciones a su familia, su madre cocinaba a destajo en los largos días de verano; entonces se cerraba el edificio principal (por falta de espacio y para que no se pusiera hecho un asco) y se abría la cocina de verano, de donde salían numerosos panes y bollos de canela. La panadería está curiosamente en el sitio donde se hallaba aquella cocina. En este mismo lugar, con esos cereales, Anders cultivó su masa madre. La verdad es que no he olido ninguna masa madre como la suya; el aroma tiene un dulzor especial, algo así como vino de ciruela pasa (cosa que no he probado nunca).

Cuando no la usa, su masa madre descansa en forma de bola de masa seca en la gran despensa de la panadería. Dos días antes de hacer su pan, la saca y comienza una serie de refrescos con mucha hidratación, dejando que la masa burbujee y espume a gusto (como un colacao).

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Es un pan de alma, para el que utiliza una mezcla de dos centenos, uno de ellos con el precioso nombre rogo, y algo de trigo; un poco blanco, y un poco de una harina cernida dos veces, eftermjöl. Una vez que tiene lista la madre, elabora una masa muy blanda, no muy diferente de como lo hacen otros panaderos nórdicos, ya sea en Carelia o en Dinamarca. Tradicionalmente se le añaden semillas de hinojo, anís o alcaravea.

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La masa se vierte en los moldes pincelados de aceite de colza y se deja que fermente lentamente (en este caso fueron cerca de siete horas).

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Recién salidos del horno, los panes son hermosos, francos, como una victoria o un abrazo. Tienen una miga densa y húmeda que pide mantequilla, queso y alimentos en conserva: habitantes del invierno.

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Cuando el pan sale del horno siempre es de noche. En Uppland, las noches de marzo son claras, se ven las estrellas y, si tienes suerte, incluso la aurora boreal.
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El knäckebröd de Anders

(Recupero unas cuantas entradas panarras de ¿Te quedas a cenar? que se me había pasado colgar aquí. Esta la publiqué el 3 de marzo de 2011)

En la panera del knäckebröd, ese objeto maravilloso.

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Anders tuvo una panadería en Uppsala. Sigue haciendo varios tipos de pan: diferentes centenos, densos, con poca sal pero mucho sabor; un trigo semiintegral muy delicado (lo hace con poolish y lo recubre con semillas de ajonjolí); pero ya no puede hacer su knäckebröd, ya que requiere un horno de cinta, que va transportando los discos de masa hasta que salen listos para ser almacenados. No obstante, envía el centeno ecológico que cultiva a una panadería cercana donde lo hacen siguiendo su receta. Se puede encontrar, junto a muchísimas otras marcas de knäckebröd, en el supermercado del pueblo.

Para este pan utiliza dos tipos de centeno, una variedad tradicional de centeno de primavera y otra de otoño. Hace una masa muy hidratada que fermenta con levadura. El resultado es un knäckebröd muy suave, con un sabor dulce y atenuado, casi parecería tener algo de trigo integral o espelta, un toque dulce del que carecen otros panes de centeno que he probado. Él insiste en que esta hornada no ha quedado tan crujiente como debería; sinceramente yo no soy capaz de notarlo, a mí me parece que cruje todo lo que tendría que crujir.

Hoy, excepcionalmente, no hemos cenado con pan; había una tarta salada de trigo sarraceno, champiñones y cebolla, acompañada de zanahorias asadas: naranjas, moradas y amarillas (cortadas en pequeños trozos, con el dulzor reconcentrado de una buena zanahoria que merece ese nombre, parecían casi pasas de uva; simplemente maravillosas). La masa estaba hecha con patata y trigo integral muy denso, realmente una especie de tercerilla; aquí usan una palabra muy bonita para describirlo, eftermjöl (efter significa «después», y mjöl significa «harina»); es el resto de harina rica en salvado que queda después de cernir un par de veces la harina integral. En la recena ha vuelto la normalidad en forma de pan, queso y té.

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El momento del pan

Revisando viejos archivos, me he dado cuenta de que no había subido a este archivo que es «La memoria del pan» la charla que di en TEDxMadrid hace ahora un año (en realidad, me he dado cuenta que se me han ido pasando varias entradas que considero interesantes, así que las iré recopilando en los días siguientes para que quede todo aquí bien guardado).

Dieciocho minutos para hablar un poco de pan.

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Sergio Álvarez, Labeko, buen pan en Bilbao

Hace unos días, en la tienda Kresala del casco viejo de Bilbao vi unas baguettes ecológicas que me llamaron la atención.

Tirando del hilo, resulta que el panadero forma parte de El foro del pan y, casualidades de la vida, habíamos coincidido en un curso hace unos meses. Se trata de Sergio Álvarez, un hombre con el encanto magnético de los suicidas que se lanzan a perseguir su sueño sin detenerse a mirar el vacío bajo sus pies (en esa actitud romántica por salvar a la humanidad, me recuerda a los amigos de The Glutton Club).

Sergio Álvarez, desde su pequeño obrador en Castro Urdiales, llamado Labeko (un homenaje al nombre del viejo caserío familiar), distribuye pan a tres tiendas de Bilbao y una de Santurce: buen pan. Ha empezado hace pocos meses, y por ahora su gama se compone de baguette (a veces en forma de espiga), barra, ciabatta y hogaza redonda, todo ecológico, con masa madre, una pizca de levadura y buena mezcla de harinas. Las barras (al 71% de hidratación) son muy aromáticas y llevan un puntito de harina blanca de centeno, el regusto que dejan es de pan de verdad, te apetece otro mordisco. La ciabatta y la hogaza llevan una masa más dulzona, muy hidratada (80%) con buena alveolatura. Pan con sabor y aroma a pan, pan que merece su nombre (algo que, como están los tiempos, no es fácil de encontrar en la villa del Nervión).

Hace tiempo que pienso que el interés fundamental y la motivación principal de todo panadero debería ser hacer buen pan, querer hacer buen pan. Por desgracia, esto no es así muy a menudo. Sergio es un panadero en cierto modo salvaje, un enamorado de la masa que hace lo que más le gusta y que sólo tiene una idea en la cabeza: hacer buen pan. Él es en realidad químico, pero lo ha dejado todo para ponerse un pequeño obrador a su medida. Tiene un precioso horno Bongard de 4 pisos, estrecho y coqueto; maneja varios fermentos naturales cambiando las harinas y probando nuevos tiempos y condiciones de fermentación; y fundamentalmente disfruta; disfruta plegando la masa cada madrugada, formando las barras manualmente (como él mismo se ha ocupado de enseñarse) y sacando del horno piezas personales. Se trata de su visión del pan ecológico, que no tiene por qué acabarse en un denso pan de molde integral de larga conservación. Su pan es alveolado, ligero, y con una miga de un precioso color crema.

Apoyado en el cargador de su horno, me confiesa que ese es el primer horno que ha usado en su vida (!); pasó del horno de casa a un horno profesional, sin pasos intermedios, a lo bestia. Lo mismo se puede decir de la amasadora y el resto del equipamiento. Impresiona ver su mezcla de decisión y sencillez. No se pone ninguna medalla y sólo se dedica a escuchar y leer todo lo que puede (y eso que, al ser químico, no le costaría soltar cualquier parrafada incomprensible llena de términos técnicos). Mientras espera a que se tramite su certificado de productor ecológico (el papeleo parece ser bastante lento) mira al futuro con optimismo. Su horno se llama Labeko.

El pan de Sergio se puede encontrar todos los días (salvo el domingo) en:

Bilbao:
Kresala, Jarines 2
Ekoizan, Doctor Areilza 47.
Eko-Logika, Julián Bolívar Elorduy 3 (Santutxu).

Santurce:
Ekodenda Txirivita, Capitán Mendizabal.

Necesitamos más Sergios: locos de la masa que nos devuelven la esperanza en el buen pan.

Edito: hoy me he desayunado parte de la hogaza que empecé ayer, y estaba tiernísima, con un sabor suave y profundo.

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Entrevista a Mónica Elía, de Innopan: panel de cata de pan

Mónica Elía, directora técnica de Innopan, me recibe en las instalaciones que tienen en el Parque Científico y Tecnológico Agroalimentario de Lérida. Todo huele a nuevo, hay espacio a mansalva y más instrumental técnico del que cabe listado en dos cuartillas a letra pequeña.

Mónica sabe mucho, tiene unos ojos azules inmensos y sonríe muchísimo más de lo que lo suele hacer gente que sabe mucho menos que ella. Durante los últimos años ha estado al frente del desarrollo de un panel de cata de pan como instrumento científico (un concepto en las antípodas de la idea extendida de la cata). Me explica con paciencia y palabras sencillas los fundamentos de su trabajo. Sin duda, podría hablar de ello durante horas (y uno podría pasar horas escuchándola), pero creo en 24 minutos consigue dar una buena idea acerca de este asunto, tan interesante como pionero.

La entrevista está aquí.

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Entrevista a Jordi Morera, de la panadería L’espiga d’or

Jordi Morera es un joven alto, delgado y con sonrisa fácil. A sus 24 años puede muy bien representar el futuro del pan en Vilanova i la Geltrú; no digo de algo más grande porque es un chico volcado en promover su entorno cercano. Pruebo su pan en un restaurante a pocas manzanas de una de sus tres panaderías; es un restaurante de «km 0» donde ese día hay un menú especial estacional donde todos los platos están elaborados con higo.

Jordi estudió empresariales y es una curiosa mezcla entre joven empresario y panadero decimonónico, me encanta cuando dice que «no has de llegar a ser el mejor empresario del mundo, sino tal vez el mejor panadero del mundo». Acaba de sacar la web panarra «Cultura del pan«.

Visito con él una de los tres obradores: hay un buen surtido de panes, pruebo su delicioso pan de viña (unas largas barras un tanto aciabattadas que elabora con agua de remojar uvas), su pan rústico tiene un sabor suave pero profundo, y también puedo ver pan de espelta, panes con semillas y unas populares ensaimadas (su padre hizo la mili en Mallorca, de panadero). En toda la tienda se pueden ver carteles que explican a los clientes detalles sobre los panes, sobre la fermentación, o qué distingue a un buen pan artesano de uno industrial lleno de aditivos. Junto al horno, una preciosa foto de su abuelo, también panadero y gran aficionado a la fotografía.

La entrevista se puede escuchar aquí.

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Apuntes de carretera: Edelmiro, el molinero de Mondoñedo

Varios amigos de El foro del pan nos acercamos una tarde de julio hasta Mondoñedo, para conocer a Edelmiro, el molinero (habíamos visto una reseña en El País, y seguimos el camino de migas hasta allí).

Sentado junto a la puerta, leía el periódico cuando llegamos (Edelmiro lee mucho el periódico y está siempre al día), nos recibió con naturalidad y fue explicándonos con paciencia el funcionamiento del molino; cómo las piedras francesas dan una harina más blanca; cómo en época de mucho trabajo había que rehacer los surcos de la muela apenas cada dos semanas …

Como un maestro de ceremonias, iba operando manivelas, abriendo trampillas y enseñándonos artilugios mientras explicaba todo con su voz firme y sus ojos vivos y de larguísimas pestañas.

Apoyado en un ferrado (no recuerdo si nos dijo que en su zona es un cuarto o un sexto de fanega), nos explicaba cómo había que moler el grano en su punto justo, para que no quedara harina de más en el salvado, y así salieran bien las cuentas.

Un pequeño arroyo, a modo de canal, pasa junto a su molino (donde lleva más de 40 años), allí lo rodea toda una constelación de objetos mágicos; desde las ranguas de bronce desgastadas por el girar del molino, hasta las pizarras (de pizarra) donde anota cada saco, cada pedido. En una esquina están los libradores hechos con lata e ingenio, y en otra los cedazos de diferente grosor. Fuera, junto a la puerta, juegan varios de sus gatos.

Al cabo de un rato, creo que Edelmiro debió de entender que éramos gentes de pan, con paciencia y ganas de escuchar, así que se demoró explicando a través de su experiencia en el molino su visión de la vida; un hombre sencillo, cabal, con un acusado sentido de la justicia y el honor. Edelmiro hila fino en sus comentarios y observaciones; no le gusta que lo contemplen como parte de la decoración de un parque temático de artesanos, sino como un trabajador de su molino; tampoco le gusta mucho que vengan a sacarle fotos o entrevistarle pero no se interesen por lo que él hace en realidad (nos comentó con amargura que muchas veces le hacen entrevistas y ni siquiera le envían un ejemplar de cortesía). Sin duda, nos pareció un hombre digno de admiración; una suerte que vivan aún gentes así. Meses después, aún suena en mi cabeza la frase con la que Edelmiro acababa muchos de sus razonamientos: “… como Edelmiro me llamo”.

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