(Recupero unas cuantas entradas panarras de ¿Te quedas a cenar? que se me había pasado colgar aquí. Esta la publiqué el 14 de abril de 2011)
Un pan tradicional sueco, de la región de Uppland. Uno de esos dinosaurios que mucha gente joven no conoce ya. En este caso, además, es un pan particular: una masa dulce de centeno, cocida al baño maría en un molde cilíndrico.

Anders me contó como tradicionalmente este pan se hacía en Navidad, donde compartía mesa con la sopa de escaramujo (nypponsoppa) o una sopa hecha con el caldo de jamón y otras carnes (dopp i grytan, literalmente «untar o mojar en la cazuela»; ahí es donde se añadirían pedazos de este u otros panes, a modo de sopas).
Tuvimos un pequeño problema con el molino, así que recurrimos al viejo molino de piedra Schnitzer (cuando digo viejo, me refiero a que el «nuevo» tiene una pegatina que dice «Made in West Germany»).

La receta de la abuela de Anders (me encantan como se nominan los abuelos en sueco: abuela materna es mormor; abuelo materno morfar, abuela paterna farmor y abuelo paterno farfar) contenía una cantidad bastante elevada de levadura y también ättika spirit (una especie de vinagre, con una concentración variable de ácido acético, muy usado en cocina sueca), imagino que para imitar la acidez de la masa madre original. Buscando reducir la cantidad de levadura, y tal vez reproducir una hipotética receta original, hicimos un poolish la noche anterior con eftermjöl, y además usamos masa madre de centeno; todo esto mezclado con una cantidad de sirope que te hace pensar que hay un cero de más en la receta. Sin duda el upplandskubb es excepcional: los cereales integrales cocidos al baño maría crean una textura jugosa, densa, y eso combinado con el dulzor de la masa crea un extraño híbrido entre un pan festivo y un dulce. Sorprendentemente, hablando de panes suecos, no contiene ninguna especia, a pesar de que parece pedir alcaravea, canela o pomeransskal (piel de naranja amarga seca y rallada), muy común en los densos panes dulces suecos.

Los moldes de upplandskubb suelen ser latas cilíndricas esmaltadas. Sin embargo, el molde de la madre de Anders es de metal desnudo, y tiene adheridas capas y capas de cal y sedimentos (el agua aquí es bastante dura), como si fueran estratos de tiempo que te permiten ver la de veces que el molde fue utilizado en su día. Al tocarlo, es inevitable emocionarse pensando en ese tiempo, en esas capas de tiempo en las yemas de tus dedos.


La masa se mete en el molde y se deja fermentar hasta que casi lo llena. Después, se cuece al baño maría durante cuatro o cinco horas. Curiosamente, pocos días antes de que hiciéramos upplandskubb, vino a comer una clienta islandesa de la granja; nos contó que en Islandia existe un primo del upplandskubb, el hverabrauð. En la lejana isla de los volcanes, tradicionalmente se han usado las surgencias de agua hirviendo para cocer el pan. Se deja el molde por la noche sumergido en la fuente natural, y se recoge a la mañana siguiente: el resultante pan de centeno es un cruce entre el upplandskubb y el pumpernickel alemán cocido a baja temperatura durante muchísimas horas. Increíble comunión de panes densos y sabrosos.

El sabor del upplandskubb es dulce, pero no tanto como anuncia todo el sirope que lleva; es complejo y profundo, y deja un nítido regusto a cereal. Lo cortamos en cuartos, de acuerdo a la tradición, y después nos lo desayunamos bien untado de mantequilla mientras sonreíamos en silencio.

Tonatiuh, el panadero músico
Conocí a Tonatiuh Cortés en 2009. Al principio a través del correo electrónico, luego en varios cursos de pan. Recuerdo la ilusión y la pasión con la que me contaba que había empezado a elaborar su masa madre, sus primeros panes, cómo aquello le llenaba y, sobre todo, cómo le quitaba tiempo para su actividad principal, que era la música. Aquellos eran emails llenos de entusiasmo, donde lo mismo me contaba acerca de la rosca de pan de Coyoacán, en México, que citaba un pasaje de Rayuela, un hombre singular.
Dos años después, también en noviembre, acudo a una cita con el panadero Tonatiuh, en la panadería Barcelona Reykjavik. Enfundado en un delantal azul, cubierto de harina y con su inmensa sonrisa, me recibe con el entusiasmo que recordaba.
Tonatiuh: delantal, sonrisa y masa madre de centeno.
A esta hora de la mañana, en el obrador hay dos panaderos y dos pasteleros; de fondo suenan las amasadoras y mezcladoras. Tonatih me intenta explicar las vueltas que da la vida. Horneada la primera tanda de panes, en un momento de calma, forma unos panes de espelta (que horneará mañana) y me habla sobre la música del siglo XIV. Resulta que Tonatiuh vino de México para estudiar música antigua, en concreto un periodo muy preciso entre los siglos XIV y XV, el Ars subtilior, el “arte más sutil”. Escucho con asombro cómo este hombre con piel de color de pan de espelta cruzó el Atlántico para seguir las enseñanzas de Pedro Memelsdorff. Según me contó, el Ars subtilior es un periodo de música muy especial, que alcanzó una gran complejidad y sofisticación. Algunas de las obras tienen una notación que incorpora el color y las formas, y hasta se llegó a pensar que eran meros ejercicios, no ideados para ser interpretados. Tonatiuh me habla de la subtilitas y me explica lo que es el rubato. Mientras sus manos dividen y bolean, le oigo hablar de sensibilidad y música. Las manos de Tonatiuh en la masa.
En Barcelona Reykjavik se elabora pan ecológico, se hace énfasis en el uso de harinas integrales y en la recuperación de variedades locales y recetas tradicionales. David Nelson, el padre de la panadería que ya tiene tres despachos en la ciudad, hace un receso en su quehacer y me explica cómo fermentan sus masas durante cerca de 15 horas, cómo han ido cambiando recetas con los años, y cómo incluso a día de hoy siguen incorporando nuevos panes o dando su toque a viejas recetas. Me muestra orgulloso su pagès, versión del clásico catalán que elaboran con trigos locales y con masa madre. La masa duerme dos noches en la nevera y da como resultado un señor pan, un pan con alma y cuerpo, lejos de la textura artificial y ligera hasta el extremo de muchos panes que se venden con el aura rústica que rodea a este pan. Después de la larga fermentación, el pan aún tiene arrestos para abrirse con fuerza y crear una preciosa corteza.
En una inesperada conexión Barcelona – Suecia – Islandia, David me cuenta que están recuperando la tradición de cocer densos panes de centeno durante largas horas a baja temperatura y en un ambiente saturado de humedad. Me enseña su “pan vikingo”; primo del hverabrauð, que cuecen en Islandia con el calor de las surgencias volcánicas, o el upplandskubb que elaboran en el centro de Suecia cocido en una lata al vapor. Más tarde, Tonatiuh me ofrece un pedazo, el sabor de cereal y la textura densa y jugosa destacan con diferencia.
Hablo con Tonatiuh acerca de harinas y fermentos: dos panaderos caseros metidos en un obrador ecológico. Descubro cómo este músico ha desarrollado una gran sensibilidad por todo lo relacionado con los seres que habitan la panadería; me cuenta sus preferencias sobre harinas, cuáles le gustan, cuáles le parecen más flojas; comenta cómo los días que le toca ser palero son los más duros, ya que el mastodonte de acero que domina el obrador es exigente y despiadado; incluso me invita a formar unos panes con él; veo cómo sus manos obran con agilidad, sin duda han sobrepasado en destreza a las de su primer maestro. No deja de sorprenderme la naturalidad con la que afronta un trabajo físico intenso mientras me habla de las impercetibles sutilezas de la flauta de pico que le hizo un ermitaño que vive en Estados Unidos.
Su pan favorito es el de espelta con centeno, y escondido entre los tarros de la panadería guarda un bote de chile chipotle para compartirlo con sus compañeros: es Tonatiuh, el panadero músico.
Ya en casa, descubro más de su faceta musical (y un poquito más), incluso lo escucho interpretar música antigua; es imposible no sentir una gran admiración por este hombre movido por la pasión. Pienso que es sin duda la pasión lo que sacará a la panadería del momento crítico que ha vivido y vive en muchos sitios; la pasión de panaderos, pero también muchas veces la pasión de gentes que no tienen nada que ver con el pan y que caen bajo su irresistible hechizo.