Apuntes de carretera: Edelmiro, el molinero de Mondoñedo

Varios amigos de El foro del pan nos acercamos una tarde de julio hasta Mondoñedo, para conocer a Edelmiro, el molinero (habíamos visto una reseña en El País, y seguimos el camino de migas hasta allí).

Sentado junto a la puerta, leía el periódico cuando llegamos (Edelmiro lee mucho el periódico y está siempre al día), nos recibió con naturalidad y fue explicándonos con paciencia el funcionamiento del molino; cómo las piedras francesas dan una harina más blanca; cómo en época de mucho trabajo había que rehacer los surcos de la muela apenas cada dos semanas …

Como un maestro de ceremonias, iba operando manivelas, abriendo trampillas y enseñándonos artilugios mientras explicaba todo con su voz firme y sus ojos vivos y de larguísimas pestañas.

Apoyado en un ferrado (no recuerdo si nos dijo que en su zona es un cuarto o un sexto de fanega), nos explicaba cómo había que moler el grano en su punto justo, para que no quedara harina de más en el salvado, y así salieran bien las cuentas.

Un pequeño arroyo, a modo de canal, pasa junto a su molino (donde lleva más de 40 años), allí lo rodea toda una constelación de objetos mágicos; desde las ranguas de bronce desgastadas por el girar del molino, hasta las pizarras (de pizarra) donde anota cada saco, cada pedido. En una esquina están los libradores hechos con lata e ingenio, y en otra los cedazos de diferente grosor. Fuera, junto a la puerta, juegan varios de sus gatos.

Al cabo de un rato, creo que Edelmiro debió de entender que éramos gentes de pan, con paciencia y ganas de escuchar, así que se demoró explicando a través de su experiencia en el molino su visión de la vida; un hombre sencillo, cabal, con un acusado sentido de la justicia y el honor. Edelmiro hila fino en sus comentarios y observaciones; no le gusta que lo contemplen como parte de la decoración de un parque temático de artesanos, sino como un trabajador de su molino; tampoco le gusta mucho que vengan a sacarle fotos o entrevistarle pero no se interesen por lo que él hace en realidad (nos comentó con amargura que muchas veces le hacen entrevistas y ni siquiera le envían un ejemplar de cortesía). Sin duda, nos pareció un hombre digno de admiración; una suerte que vivan aún gentes así. Meses después, aún suena en mi cabeza la frase con la que Edelmiro acababa muchos de sus razonamientos: “… como Edelmiro me llamo”.

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